LECTURA Y ESCRITURA EN LA ERA DIGITAL

Edutec. Revista Electrónica de Tecnología Educativa
Núm. 17/marzo 04
Desafíos que la introducción de las TIC impone a la tarea de estimular el desarrollo del lenguaje en niños jóvenes
Orlando Ortíz
Profesor de Estado en Artes Plásticas, U. de Chile
Bachiller en Filosofía, PUC. de Chile
Coordinador del Programa de Formación a Distancia del ISPAJ
orlandoortiz@educarchile.cl
Resumen

El siguiente artículo es una reflexión sobre los cambios que están originando las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TIC) en los hábitos de leer, escribir y pensar; algunos temores justificados e injustificados de los adultos ante la introducción de los computadores en el contexto escolar y los desafíos que todo esto plantea a la tarea de los educadores.


La era digital está aquí


El uso de los computadores y sus aplicaciones —particularmente la Internet— ya no es tarea exclusiva de profesionales altamente especializados. Es parte de la vida cotidiana. Los computadores y las redes de información están presentes en el ámbito de la producción, de la cultura, de las relaciones sociales, del entretenimiento, de la educación, la política, etc. Una persona medianamente alfabetizada para el mundo digital, puede consultar el saldo de su cuenta corriente desde un computador ubicado en cualquier parte del mundo, traspasar dinero desde o hacia su línea de crédito, pagar ciertos servicios, comprar un libro o un electrodoméstico, etc.

En Chile existe, desde el 11 de mayo del 2001, un portal en Internet (http://www.tramitefacil.gob.cl/home.html) que permite a los ciudadanos efectuar trámites relacionados con dieciocho Servicios Públicos. A través de ese portal es posible obtener —entre otros— formularios de contribuciones, de nacimiento, de defunción, de matrimonio, etc., sin tener que concurrir físicamente a las distintas reparticiones fiscales. Estos hechos bastan para demostrar que los nuevos medios no sólo han cambiado la manera de ser y de actuar como científico o profesional, sino que están cambiando también la manera de ser y de actuar como ciudadano. Es un hecho, la era digital está aquí y nos toca directa o indirectamente a todos.

La enciclopedia en un CD

Esta introducción de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TIC) está transformando también nuestros hábitos de lectura y escritura. Un niño de la era digital que recibe la tarea de investigar sobre determinado tema, ya no consulta un texto en la biblioteca. Simplemente saca de su cajita protectora el compact disk correspondiente a una enciclopedia en formato digital y lo introduce en el lector de CD de su computador. Luego hace clic por aquí y por allá, hasta encontrar lo que quiere. Muy probablemente busque información en la Internet y, de toda la que halle, baje hasta el disco duro de su computador sólo la que le interese revisar con más cuidado. Ya no lee impresos. Lee en la pantalla de su monitor. ¿Cómo repercuten estos cambios en el desarrollo del lenguaje, el pensamiento y la lectura? ¿Se lee más o se lee menos gracias a la digitalización de la información?

Casi todo lo que circula por Internet es información escrita

Un dato que hay que considerar para responder las preguntas anteriores es que gran parte de lo que actualmente circula en Internet es información escrita. Por lo tanto, destinada a ser leída. En comparación con la televisión y el video —cuyos contenidos son básicamente imágenes y sonido— el computador y la Internet exigen mucho más habilidad lectora. El computador y la Internet estimulan la lectura mucho más que la televisión. De hecho la interactividad del chat, que tanto gusta a adolescentes y preadolescentes, se sostiene en la rapidez de la lectura y la escritura. La Internet abre la posibilidad de que lo escrito tenga la velocidad y la interactividad de lo hablado. El computador y sus aplicaciones han significado —a su manera— una revalorización de la escritura y la lectura.

Por cierto leer en la pantalla del monitor no es lo mismo que leer en un libro. La manipulación de un texto digitalizado es distinta a la de un libro. Imaginemos que consulto una enciclopedia impresa de esas que tienen varios volúmenes gruesos y pesados. Suponga que busco información sobre la patagua. Inicio mi búsqueda en el tomo que corresponde a la letra “P”. Leo y me encuentro con la palabra tiliáceas, al lado de la cual aparece escrito “Ver”. Cómo no sé el significado de tiliáceas me alegro de que exista un artículo sobre ella.
Entonces dejo el tomo que estaba leyendo y busco el que corresponde a la “T”. Entre las palabras empleadas para describir las tiliáceas aparece mucilaginoso; entonces busco el tomo de la “M” y así sucesivamente, cada vez que sea necesario. Este mismo proceso realizado en una enciclopedia digitalizada se haría de la siguiente manera: inserto en el lector de CD el disco que corresponde a mi enciclopedia. Automáticamente aparece en la pantalla la portada o presentación de la misma. En ella hay imágenes estáticas y dinámicas sincronizadas con sonidos (que si quiero puedo silenciar con un simple clic). Escribo en el buscador la palabra patagua y con el mouse hago clic en buscar. Prácticamente al instante aparece en la pantalla del monitor el artículo solicitado. Al leerlo puedo ver que ciertas palabras están destacadas con un color diferente, son los link o vínculos. Si hago clic en alguno de ellos, aparece en la pantalla otro artículo que se refiere específicamente a la palabra distinguida. Y así sucesivamente.

¿Qué es preferible?, ¿hacer clic en un link o buscar el otro tomo de la enciclopedia? ¿Qué es más estimulante? ¿Qué es más grato? ¿Qué es más rápido?

Promotores y detractores de las TIC

En torno a la incorporación de los nuevos recursos tecnológicos en el ámbito escolar hay una corriente de promotores y una corriente de detractores. Y es que la creación de una herramienta nueva para un trabajo antiguo genera siempre una oposición entre la corriente de los que se fascinan con las ventajas de lo nuevo y la corriente de los que prefieren la tranquila rutina de lo conocido. Hay quienes están tan ciegamente entusiasmados con los computadores y las actuales tecnologías de la información que creen ver en ellos la nueva panacea universal. Pero también hay fanatismo en el extremo opuesto: el de los que están tan asustados por los peligros reales e imaginarios que perciben o creen percibir en estas nuevas herramientas, que promueven su total repudio. Hay fanáticos a favor y fanáticos en contra.

Una proporción importante de directivos, profesores y apoderados no reconocen valor alguno en los nuevos medios y simplemente los rechazan. Sin duda una fuente objetiva de preocupación es el hecho de que Internet —la red de computadores que abarca todo el planeta— no sólo sirve a fines honestos sino también a fines perversos. Es evidente que algunas aplicaciones de los computadores y de las nuevas tecnologías de la comunicación han desbordado ciertos cauces. En Internet conviven las universidades y los traficantes de niños, los vendedores de pornografía y los puritanos, los empresarios y los ladrones, los clérigos y los proxenetas, las instituciones del estado y los delincuentes… Los computadores han sido empleados para generar programas tan útiles como un procesador de textos y tan incomprensiblemente nefastos como un virus, que puede destruir en un segundo el trabajo de años.

Internet no es panacea universal ni antesala del infierno

Todos los medios son concebidos para contribuir al logro de determinados fines; pero nadie puede impedir que se los use para otros. Los medios de comunicación también sucumben a esta fatalidad: cartas, telegramas, libros, revistas, periódicos, emisoras radiales, canales de televisión, etc., pueden ser usados para informar y para desinformar. Pueden transmitir una verdad o divulgar una calumnia. Si ciertos usos de Internet nos parecen aterradores no es porque Internet sea especialmente proclive a la perversión, sino porque su enorme potencia, usada mal, puede efectivamente producir resultados aterradores. Aunque usada bien, puede producir resultados maravillosos. Hoy como ayer, hay deshonestos que hacen mal uso de los medios disponibles. Pero no tienen sentido renegar de las ventajas de determinados medios, tan sólo porque hay gente que abusa de ellos. La pregunta que tenemos que respondernos es qué reales beneficios podemos lograr gracias a esas ventajas. En mi opinión, mucho más que en el rechazo a los malos usos, la honestidad de hombres y mujeres del presente se manifiesta en los usos que ellos dan a los nuevos medios. De poco sirve que un profesor diga qué es lo que se está haciendo mal con los computadores y la Internet. Lo que realmente importa es lo que él hace. Por lo tanto, el desafío para los educadores es apropiarse de los nuevos medios, dominarlos, y sacar de ellos todo el provecho posible en función del desarrollo personal y grupal de sus alumnos. Efectivamente hay en Internet portales mediocres. Efectivamente hay software educativo de pésima calidad. Pero ello no convierte en razonable la actitud retrógrada de rechazar todo software y toda la Internet. Los profesores sabemos que hay textos escolares muy malos; sin embargo no hemos dejado de considerar los textos escolares como un apoyo importante al proceso de enseñanza. Lo que hemos hecho es agudizar el juicio crítico y los criterios que nos permiten distinguir entre un texto bueno y uno malo. (Ello ha obligado a las editoriales a formar buenos equipos de profesionales para mejorar la calidad de sus textos.) En relación con los computadores, la Internet y sus aplicaciones educativas, tenemos que hacer lo mismo. (Hoy es posible, por ejemplo, diseñar y publicar páginas web aplicando los mismo principios pedagógicos que orientan la edición de literatura destinada a etapas específicas del desarrollo de la lecto-escritura. Textos en los cuales, entre otras cosas, se ha estudiado cuidadosamente la amplitud y dificultad del vocabulario empleado.)

Podemos decir, parafraseando a Thoreau, que la omnipresencia y la velocidad de Internet no asegura que los mensajes que por ella circulan sean importantes
[1][1]. Contra esa realidad lo que cabe no es exigir que se reduzca la velocidad. Lo acertado es que los que tienen mensajes que consideran importantes asuman el desafío de capacitarse en el uso de los nuevos medios para difundirlo con la eficiencia que hoy es posible.

Sería una irresponsabilidad que los que no han perdido de vista los auténticos fines de la comunicación humana dejaran en manos de los insensatos toda la fortaleza de los nuevos medios.

Lo que puede mejorar el mundo no es la Internet por sí misma sino las personas que se comprometan decididamente con ese mejoramiento, usando este medio o cualquier otro. Pero no cabe duda que uno de los medios más fuertes del presente —en todos los ámbitos de la acción humana, incluida la educación— sean los computadores y sus aplicaciones. No son la panacea ni la antesala del infierno, son un medio humano que podemos usar con bondad e inteligencia.

Si no hay expectativas cavernícolas no hay peligro de deshumanización

Hay quienes no se contentan con aparatos que les permitan realizar el trabajo de manera más fácil, rápida y eficiente. Sueñan con un medio tecnológico que los libere completamente del trabajo. Y ciertamente algunas labores mecánicas pueden ser realizadas totalmente por una máquina; pero las tareas de orden superior, como las que se refieren a la educación de las nuevas generaciones y a la estimulación del desarrollo intelectual y espiritual de personas, no puede ni podrá quedar completamente en mano de máquinas. Especialmente en este ámbito, el desarrollo tecnológico no debe acogerse como una invitación a la pereza, sino como la oportunidad de centrar nuestros esfuerzos en aquellas tareas verdaderamente importantes, aquellas que exigen el despliegue de lo mejor de nosotros. El encuentro educativo, la relación pedagógica, es fundamentalmente un encuentro de personas que se reconocen como tales y que se inspiran mutuamente —cada cual según su rol y sus aptitudes personales—. En este encuentro, el recurso fundamental del docente es la profundidad y armonía de su propio desarrollo intelectual y espiritual, su respeto irrestricto a la dignidad de las personas —sean niños o adultos— y sus habilidades comunicacionales. Los nuevos recursos tecnológicos, usados sin la expectativa cavernícola de llegar prescindir de la voluntad, de la reflexión personal y del pensamiento crítico, no pueden ser causa de deshumanización, sino todo lo contrario.

Me parece que en educación, la introducción de las TIC está revelando la cara grotesca —deshumanizada— de ciertas rutinas que hasta ahora no nos llamaban especialmente la atención. Por ejemplo, sé de profesores que prohíben a sus alumnos hacer sus trabajos en el computador para evitar que usando los comandos copiar y pegar de cualquier procesador de textos se limiten simplemente a duplicar y yuxtaponer información digitalizada que luego imprimen y presentan como trabajo personal. Pero cuando yo era estudiante y mis profesores pedían un trabajo de investigación, para obtener una buena nota bastaba consultar más de un libro (en realidad bastaba que en la bibliografía citada apareciera más de un libro), que todo estuviera copiado con buena letra y que se incluyeran algunas ilustraciones.

La gran diferencia que hay entre ese trabajo y el que hoy puede hacer cualquier estudiante —gracias a los nuevos recursos tecnológicos— es que el alumno de hoy se demora 15 minutos y produce un trabajo de excelente calidad gráfica, mientras que a mí podía tomarme varios días de penosa escritura manual. ¿Se les prohíbe porque les resulta demasiado fácil? ¿Se piensa que la tarea valiosa es la que demanda considerable esfuerzo y que servirse de la tecnología es hacer trampa? … Este es un caso en el que la tecnología revela la inmensa irracionalidad de algo que hasta ahora tolerábamos sin hacernos problemas. Copiar información de un lado a otro —a máquina o manualmente— no era, no es, ni será, un auténtico trabajo de investigación. Quizás sea una tarea necesaria al momento de iniciarla; pero si la información seleccionada no es analizada, comparada, sopesada, sintetizada, enjuiciada críticamente, aplicada creativamente, etc., no es más que un trasvasije inútil. Las nuevas tecnologías permiten acceder —económica y rápidamente— a todo tipo de información actualizada. Buscar información ya no es desafío. El hecho de que las virtudes de los computadores y sus aplicaciones —particularmente Internet— estén revelando la insensatez de pedir a los estudiantes tareas que suelen reducirse a un vulgar copiar y repetir información, está obligando a los docentes a centrar la mirada en las tareas realmente productivas y creativas. Y por lo mismo, están empezando a exigir a sus alumnos quehaceres que impliquen una verdadera aplicación de juicio crítico. Obviamente, estas tareas son un mejor estímulo al desarrollo del lenguaje y el pensamiento.

También hay profesores que reniegan de la capacidad que tienen todos los procesadores de textos para señalar errores ortográficos y sugerir alternativas para enmendarlos. Yo pienso que a un niño que aprende o a un joven que está perfeccionando sus habilidades de lecto-escritura, esa herramienta le ofrece una excelente oportunidad de tomar conciencia de sus errores más frecuentes, paso indispensable para que pueda predisponerse a evitarlos en el futuro. Si eso no es un estímulo al desarrollo del lenguaje ¿qué es? Los procesadores de textos, ofrecen también la posibilidad de encontrar rápidamente una serie de sinónimos y antónimos de cualquier término que se esté usando. ¿No constituye esta ayuda un buen medio para enriquecer el vocabulario? Resulta incomprensible que profesores no aprueben la aplicación de funciones computacionales que apoyan el perfeccionamiento de la escritura.

También el chat estimula el desarrollo de habilidades verbales

Muchos adultos piensan que cualquier e-mail o mensaje de chat escrito por un niño o un joven, es basura. He comprobado que no es así. Según lo que he podido observar, la conversación que normalmente se da en el chat —exceptuando la grosería obscena y violenta que aparece en contados espacios— no es mucho más vulgar que la habitual conversación de adolescentes y jóvenes en una plaza o en el patio del colegio.

Por otra parte, me parece que la posibilidad de comunicación escrita que ofrece el correo electrónico está operando como un excelente estímulo al desarrollo verbal de las nuevas generaciones. Los actuales niños y jóvenes ¿habrían redactado tantos mensajes verbales si no existieran estos recursos tecnológicos? ¿Habrían leído tantos mensajes escritos? Estoy de acuerdo en que no todos estos mensajes demuestran una promisoria sensibilidad poética o una gran profundidad filosófica; pero aun así, los jóvenes que hoy los leen y los escriben están desarrollando habilidades verbales que de otra manera no desarrollarían.

Muchos educadores temen que esa escritura abreviada típica del chat perjudique el desarrollo de la lecto-escritura, especialmente en los preadolescentes. A varios profesores he oído hablar de “la espantosa consonantización de la escritura que está destruyendo el lenguaje de nuestros estudiantes.” Pero creo que no hay razón para alarmarse. Cada nueva generación crea una jerga juvenil propia que violenta algunos cánones aceptados del habla y escandaliza a los mayores. Y nuestra responsabilidad de educadores nos exige enseñarles a distinguir la oportunidad en que esa jerga pueda usarse —en cuanto lenguaje informal— y cuando su uso se convierte en un desacato. Es decir, no nos proponemos impedir el espontáneo desarrollo de esa jerga transitoria, sino de asegurar el espacio en el que la mucha más permanente formalidad de nuestro idioma, con toda su riqueza, puede aprenderse y ejercitarse. Ante la proliferación del lenguaje chat corresponde actuar de la misma manera. El estudiante tiene todo el derecho a usarlo para comunicarse con sus amigos o para tomar sus apuntes personales con mayor rapidez; pero no puede usarlo en la presentación de un trabajo formal o al responder una prueba escrita.

El lenguaje de los íconos

Tanto el CD de una enciclopedia digital, como un programa computacional cualquiera y también una página web pueden contener sonidos de cualquier tipo (música, alocuciones, ruidos), escritura, imágenes estáticas e imágenes dinámicas. Los tres son manifestaciones concretas de la llamada comunicación multimedia. Sin embargo, explorar, examinar, leer, navegar —o como se quiera decir— en estos productos, exige el domino de dos habilidades básicas: la interpretación de íconos y la lectura de palabras. Por lo tanto, quienes trabajan con estos medios desarrollan especialmente destrezas para esos dos lenguajes.

Cada una de las aplicaciones y programas del computador pueden activarse simplemente haciendo doble clic en el ícono que lo representa. Cada una de las funciones de un procesador de texto ha sido incluida en una barra de herramientas como un pequeño ícono. Este lenguaje icónico que tiene su propia lógica y que resulta especialmente comprensible para los niños y jóvenes no es reciente, aunque son los medios de hoy los que lo están llevando hacia el máximo de sus posibilidades. ¿Constituye este lenguaje una amenaza real al desarrollo del lenguaje verbal? Me parece que no.

En muchos lugares de Santiago hoy podemos ver una nueva señal de no estacionar. La antigua consiste en un rectángulo blanco que tiene —en su parte superior— el dibujo de una letra “E” encerrada en una circunferencia roja y tachada con una línea oblicua también roja y la leyenda “No estacionar”, en la parte inferior. La nueva es simplemente el círculo que contiene el dibujo con la “E” tachada. Evidentemente, se ha prescindido de la leyenda “No estacionar” porque ya todos sabemos que aquella “E” tachada por una línea oblicua y encerrada en una circunferencia roja significa no estacionar. El círculo con la “E” tachada se ha convertido en un ícono. Y sería absurdo pensar que esta iconización de la señales del tránsito es un atentado contra la estimulación de la lectura. En el contexto de las señales del tránsito la lectura es un lastre. El ideal de las señales del tránsito es la completa iconización, porque eso asegura una interpretación rápida y oportuna. Esta consideración nos invita a tomar conciencia que la escritura y la lectura son procesos artificiales creados por el hombre para satisfacer necesidades específicas. El lenguaje, la escritura y la lectura valen en la medida en que sirven para algo. Si fuéramos seres telepáticos de memoria perfecta e inagotable, no necesitaríamos hablar, leer ni escribir. Tanto los íconos como la palabra escrita tienen verdadero valor en la medida que responden a necesidades humanas concretas. Pienso que en esta perspectiva debe valorarse —en su justa medida— el lenguaje icónico de los computadores y sus aplicaciones. Por cierto para un niño, cuyo intelecto es más intuitivo que el de un adulto, es más fácil aprender a interpretar esas pequeñas imágenes que los complejos signos del lenguaje verbal escrito, que son mucho más abstractos. Pero paralelamente, en la medida que crece y su curiosidad alcanza la capacidad de hacerse preguntas más profundas, se interesa también en el lenguaje verbal, que es el lenguaje en el que esas preguntas pueden encontrar respuesta.

Sin embargo, todos los que se inician en el uso de computadores se fascinan por los íconos, quizás descuidando las palabras. Pero poco a poco la lectura de mensajes verbales se impone. De hecho, todos los principiantes que solos frente a la pantalla de sus computadores navegan por Internet o exploran las posibilidades de cualquier software utilitario, se ven obligados a consultar reiteradamente los manuales de ayuda, en un texto impreso o en la misma pantalla. Eso implica lectura y más lectura. Por lo tanto, estímulo al desarrollo del lenguaje.

Nos cuesta creer en las posibilidades de lo nuevo

No recuerdo bien si lo escuchó o lo leyó en alguna parte, pero una amiga me contó hace un par de años el siguiente hecho real: una anciana que había escrito una carta a un pariente que vivía en el extranjero estaba un poco apenada porque quería que le llegara rápido y lo que tardaría el correo le parecía una eternidad. Uno de sus nietos le dijo que, si no era muy confidencial, se la diera a él porque podía enviarla por fax desde su oficina.

Al anochecer, la anciana reprendió duramente a su nieto porque había encontrado sobre su velador la carta que él le había prometido enviar por fax. El joven tuvo serias dificultades para explicar a su abuela que enviar por fax no significaba mandar ese mismo papel al extranjero, sino producir —con la ayuda de aparatos especiales situados en ambos extremos de la línea telefónica— una copia de su contenido en el lugar de destino. Sin lograr entender cómo aquello era posible, la abuela terminó confiando en que, como le decía su nieto, el destinatario de su misiva había recibido ese mismo día una copia de lo que ella había escrito.

McLuhan ya nos hizo ver que tendemos a tratar los nuevos medios de la misma manera que tratábamos a los antiguos. Por ejemplo, en sus primeros tiempos el teléfono fue usado de la misma manera que el telégrafo: sólo para las comunicaciones urgentes y tratando de usar la menor cantidad de palabras que fuera posible. Esto se explica por varias razones; pero la que me interesa destacar aquí es que nos cuesta creer en las posibilidades de lo nuevo. De la misma manera que la mencionada abuela no podía creer que una carta llegara a su destino sin que ese mismo papel que ella había escrito fuera trasladado materialmente a ese lugar remoto, a nosotros nos cuesta creer en la existencia real de un texto guardado en la memoria de un computador o en un diskette. Tendemos a pensar que si no está impreso, no existe. Y que si no está impreso no está destinado a la lectura.

Se vaticinó que el cine desaparecería a causa de la televisión. Y el cine, después de un período de readecuación, ha regresado en gloria y majestad. Yo no pretendo sumarme a los que anuncian el fin del texto impreso. Sin embargo, es evidente que la digitalización de lo escrito y la consiguiente posibilidad de almacenarlo en memorias electrónicas están revolucionando el ámbito de la producción de impresos. Muy probablemente la edición de ciertos libros disminuya. Creo que, no obstante, se leerá más.

Cuando decimos que es conveniente estimular la lectura ¿pensamos sólo en los productos de la imprenta? ¿Por qué no considerar también la lectura en la pantalla del monitor? ¿Qué diferencia hay entre los efectos que provoca en el desarrollo del lenguaje la lectura de un texto en formato de libro y los que provocan la lectura de un texto en la pantalla? Me atrevo a decir que ninguna. Un buen texto, leído en el monitor del computador o en un libro con tapas de cuero, tiene los mismos efectos sobre el desarrollo del lenguaje y el pensamiento. Porque lo que importa no es el soporte sino la calidad de lo escrito. En este sentido, aquellos textos clásicos que han llegado hasta nosotros superando todos los sobresaltos de la historia de la literatura —sobreviviendo a las innumerables transcripciones y traducciones y a todos los vaivenes derivados de los diversos sistemas de impresión— seguirán siendo un importante punto de referencia.

No podemos controlar Internet, tenemos que educar la autonomía

La lectura puede enriquecer nuestro lenguaje y nuestro pensamiento, siempre que el texto no sea fruto de una mente perversa y siempre que esté correctamente escrito. (La lectura de un texto redactado por una persona patológicamente desequilibrada puede ser imprescindible para quienes estudian psicología o psiquiatría, pero no resulta recomendable para niños y adolescentes.) Por lo tanto, no cualquier lectura sirve para desarrollar el lenguaje. No cualquier lectura estimula sanamente el pensamiento. Por eso en la escuela prohibimos ciertos libros. Pero Internet es prácticamente incontrolable. Sólo padres muy preocupados y muy experimentados en el uso de la red pueden realmente impedir que sus hijos accedan, a través de la conexión hogareña, a contenidos que pueden resultar perniciosos. Lo mismo ocurre en las escuelas que tienen conexión a Internet. Es una de las grandes ventajas y, al mismo tiempo, desventajas de Internet: la extraordinaria facilidad con que, a través de ella, se puede acceder rápidamente a cualquier contenido.

De acuerdo a esta realidad, la promoción de la lectura en la era digital debe considerar como tarea primordial la definición de criterios actualizados que faciliten la distinción entre lo que vale la pena y lo que no vale la pena leer. Estos criterios deben ser difundidos y promocionados entre niños y jóvenes, sin caer en la tendencia autoritaria y descalificatoria que suele atrapar a los adultos cuando presentimos que ellos están incurriendo en riesgos. Porque las prohibiciones tienen efectos limitados y muchas veces contraproducentes. Lo que puede ser realmente efectivo, sin lesionar la autonomía y la dignidad personal de los adolescentes, es —al mismo tiempo— estimular y apelar a su juicio crítico. Esto significa una gran exigencia a la capacidad argumentativa y comunicacional de los adultos, especialmente de los profesores. Por supuesto, estos criterios deben referirse a los libros; pero también a la escritura que circula en formato digital, particularmente a la que es posible encontrar en una página web. Esto obliga a los promotores de la lectura a familiarizarse con los nuevos soportes de la escritura tanto como para que sean realmente capaces de proponer pautas de orientación.


Referencias bibliográficas

Castells, Manuel. (2000) “La sociedad red”. Alianza Editorial, Madrid, España.

Domínguez, Paulina (1994). “Perspectivas del desarrollo de la tecnología educativa hacia el año 2000”. En Revista: OEI volumen Mayo-Agosto, No. 5. Madrid. Pág. 67-96.

Hepp, Pedro (Entrevista en Revista Enlaces Nº 15, año 4, Octubre de 1998)

Negroponte, N. (1995) “Ser Digital”, Buenos Aires: Editorial Atlántida

[1][1] Thoreau, en Walden o La vida en los Bosques, escribió: “la persona cuyo caballo rápido corre a una milla por minuto no necesariamente es la que lleva el mensaje más importante”.

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